lunes, 1 de junio de 2015

Despedida en París o el arte de quitar los velos - por Teresa Gatto

La obra que dirige Rául Brambilla y protagonizan Fernanda Mistral y Stella Matute, es una clase de teatro en la que el tiempo fluye y los personajes se aquerencian en nosotros para no soltarnos jamás. 

Por Teresa Gatto 



 “Finalmente, el viaje hacia los orígenes 
 es más importante que los orígenes mismos”
Julia Kristeva

¿Importa si el encuentro entre Sarah Bernhardt y Eleonora Duse fue real? No, definitivamente, no. Lo que importa es lo que ambas actrices, Fernanda Mistral como Sarah y Stella Matute en la piel de Eleonora entregan en el escenario.
El texto es de una poesía mayúscula, toda vez que recreará una conversación, ácida, humorística y cargada de significantes que se desvían y a la vez de una dramaticidad poderosa.
Eleonora parte de París luego de haber colmado durante diez funciones el Théâtre de la Renaissance en el 20 Boulevard San Martin. Este emblema de la escena había sido creado por Víctor Hugo y en ese momento se hallaba regenteado por la gran Sarah Bernhardt. Eleonora aguarda su tren, no refleja la felicidad de quien ha triunfado, no todos son aplausos, por ello, la llegada de Sarah, tan elegante, tan glamorosa, tan cuidadosamente acicalada, como el Julián Sorel de Stendhal que luego de verse por última vez al espejo, sabía que estaba listo para triunfar, crea ya una tensión. ¿Viene a despedirla? ¿A felicitarla? ¿A restregarle éxitos propios desconociendo los de la Duse? No importa el qué, importa el cómo estas dos actrices fenomenales rinden culto al texto y a la dirección de Raúl Brambilla y deconstruyen su presente y su pasado en una gradación de mayor a menor en términos de dejar los pedestales y hacer pie en tierra, que además propone el in crescendo dramático propio de la confesión, del recuerdo, de la verdad de esos personajes.
La charla entre ellas es una fina clase de esgrima verbal en la que las vanidades de Sarah ds desmontan una a una contra las concisas réplicas de Eleonora. Así, éxito, amores, origen y teoría del teatro son una clase de actuación a cargo de ambas actrices que desde arriba y, aparentemente desde abajo, se van igualando hasta ser sólo eso: dos enormes actrices con el corazón partido y casi nada ya para esconder. El ritmo es vertiginoso y no pierde poesía nunca, porque ambas, están hablando del teatro como subtexto. El espectador puede irse satisfecho creyendo que asistió a un encuentro histórico (ficcional o no) y también puede pensar en esa tremenda explosión de sentidos que es el teatro, en esa ceremonia sagrada que, trágica, cómica, épica o sencillamente dramática en toda su dimensión es una proliferación de sentidos, toda vez que hay siempre un objetivo que se instala más allá del contar, del re-presentar y que cuando está logrado, se propone y nos propone el desafío de pensar en esa máquina, en ese engranaje de signos que es el teatro. Perfectos trabajos de ambientación y vestuario de Cecilia Carini, un diseño de luces sumamente adecuado de Cristián Páez y el resto de los signos de la escena, redundan en una puesta que Brambilla entrega como si fuera fácil. Como si el camino anterior no hubiera existido porque no hay un solo hilo que se vea en la escena. No son marionetas, son divas de ayer. En este caso, el ser de los personajes que encarnan Mistral y Matute, no pueden menos que dejarnos pensando en cómo desde una mesa de lectura a un estreno, el arduo camino de la creación se puebla de voces ajenas que se hacen propias para que nada, absolutamente nada de lo que ocurre fuera del recinto sagrado, nos ocupe ni un pestañeo. Ellas, Sara o Fernanda, Stella o Eleonora, hacen de la luz, de sus ropajes y de unos pocos trastos de viaje, una ceremonia que habla de las mujeres, del pasado, del futuro y por supuesto, del Teatro.

Link: http://puestaenescena.com.ar/teatro/2182_despedida-en-paris-o-el-arte-de-quitar-los-velos.php

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